LOGO THERAPON
Roberto llevaba una mala época. La banda no terminaba de despegar, no había suficiente compromiso por parte del resto de músicos a su entender.
Tampoco le iban muy bien los estudios. Le costaba prestar atención a unas asignaturas que sólo apagaban su mundo interior. Esto socavaba la relación con unos padres obsesionados con que se proveyera una forma de ganarse la vida, incapaces de entender que con dieciséis años es más importante proveerse de una personalidad.
Para colmo se había enfadado con Marcos, su mejor amigo al cual conocía desde primaria, pero a quien, a medida que avanzaban en secundaria, cada vez reconocía menos.
Podía decir sin lugar a dudas, que lo mejor de su vida era María. Ella era la que lo animaba a seguir con el grupo, la confidente que escuchaba sus inquietudes y quien suplió la falta de Marcos para salir por las noches y desconectar de todo.
Era su primera relación seria y aunque Roberto comenzó con más dudas que otra cosa, la complicidad con María hizo que se fuera forjando un vínculo que nunca hubiera sospechado que pudiera tener con una persona.
Aquella tarde tenían concierto en la sala Paris. Tocarían seis temas suyos y cuatro versiones en una fiesta del instituto organizada por los alumnos para el viaje de fin de curso.
El concierto salió bien a pesar de que Paco, el bajista, seguía adelantándose de vez en cuando a la batería. También Manu hizo más largo de la cuenta su solo de guitarra en el Lithium de Nirvana. No asumía que lo que para él era divertido, para el resto era un plomo.
Tras acabar el concierto, todos estaban recogiendo el material para llevarlo al local en la furgoneta del padre de Paco. Fue ahí cuando Roberto se encontró con el golpe que terminaba de mandarlo a la lona en aquel año infernal. En un pasillo del fondo donde pareciera que nunca debería haber pasado nadie, María se besaba furtivamente con Manu, entregados ambos al ardor del fuego de la traición.
Le hubiera gustado gritarles, acercarse y pegar con todas sus fuerzas a Manu. Pero no fue capaz de decir nada, se sentía demasiado derrotado. Sólo cogió su guitarra y se fue a toda prisa de allí.
Un wasap al grupo al llegar a casa diciendo que lo dejaba y un “Manu eres un hijo de puta” sería su único grito impotente. Al mensaje de María preguntando dónde estaba no fue capaz ni de contestar.
Roberto pasó todo el fin de semana encerrado desconectado del mundo. No había nada ahí fuera que pudiera interesarle ni que pudiera ayudarle.
Para intentar pensar en otra cosa, retomó un estribillo que había silbado en su móvil el verano pasado en la playa. La música era su salvavidas en ese instante, su puente para transitar el río de dolor hacia otro yo.
Las horas transcurrieron duales entre lloros refugiados en la almohada y pentagramas con tachones. Una extraña energía le había poseído y trasvasaba su dolor a través del lápiz al papel. Línea tras línea iba componiendo su mejor letra narrando su desgracia junto a su mejor melodía.
Lunes, martes…ni quería ni podía ir al instituto. Salir del caparazón que era ahora su habitación era el decimotercer trabajo de Hércules. Sólo su canción terminada podría exorcizar el presente maldito que le esperaba ahí fuera.
Por fin grabó su maqueta. Era lo que mejor que había hecho nunca. Antes de ir a la discográfica de un conocido de su tío, mando un mensaje a María diciéndole lo único que sus emociones le permitían decir y un enlace a la canción “Que te follen” de la Cabra Mecánica.
El amigo de su tío escuchó la maqueta con atención. Y tras unos segundos de silencio, las palabras mágicas...
—¡Es cojonuda! ¿Esto lo has escrito tú?
De repente toda su herida se cerró por un instante.
—Sí— respondió él con timidez.
—Quiero grabarla. ¿Tienes grupo? ¿Tienes más material?
—No, acabamos de disolvernos.
—Bueno, no importa. Eso tiene fácil solución. Déjame meterla en el programa de copyrights para confirmar que no habrá problema.
Abrió una ventana del software y deslizó el archivo que le había entregado Roberto sobre un icono con forma de casete antigua.
A los pocos segundos una advertencia bajo una señal de peligro con un punto de exclamación en su interior avisaba de que la melodía coincidía en un 75% con una canción propiedad de OpenMusic, un programa de inteligencia artificial diseñado por la empresa OpenAI.
—¡Que cabrones! ¡Se están quedando con todo! Lo siento chico, no va a poder ser. Esta canción ya existe.
Si el viernes Roberto sintió lo que es caer en la lona, ahora sentía atravesarla desparramando sus entrañas contra ella.
Su viaje de vuelta a casa fue la travesía por la Ciénaga de los Muertos. Ya no era capaz de entender nada del mundo que le rodeaba.
Al llegar a casa vio una nota de sus padres que llegarían tarde, habían ido a cenar con unos amigos. Nada más entrar a su cuarto, creyó entender que nunca debería haber salido de allí. Cogió su guitarra, grabó en la webcam la mejor versión de su canción y después de ello explicó a la cámara lo que le hubiera gustado explicar al mundo.
A continuación, subió el video al canal de youtube de su ya ex—grupo, envió un enlace a María y a Marcos, escribió una nota de despedida a sus padres y derramó un puñado de pastillas por su garganta.
A menudo Maite, la madre de Roberto, piensa que, si su hijo supiese lo que su video había repercutido, jamás habría tomado aquella decisión. Aunque ella vivió el suceso ajena en el luto, luego le contaron que superó el millón de reproducciones.
Su canción se escuchó por todos lados y como era de esperar no tardaron en venir los de OpenMusic a reclamar su prohibición.
Me gustaría contaros que la gente, presa de la indignación, ocupó las sedes de las principales compañías propietarias de IA y que la llama extinguida de Roberto prendió la mecha de la indignación. Pero no fue así, nada de esto pasó.
No obstante, algo despertó; una ONG que reivindicaba la limitación de la propiedad intelectual a la inteligencia artificial contactó con ellos. Querían luchar en los tribunales contra OpenAI.
Los padres de Roberto registraron la canción de todas formas y cedieron los derechos a aquella ONG los cuales terminaron ganando el proceso. Esa canción, aun hoy, le hace temblar un poco la voz a María cada vez que sube a un escenario a cantarla, junto a Paco y Manu, en recuerdo de Roberto.
© Anselmo E. Vergara
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Uno de los libros que más me ha impresionado ha sido El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Una historia dramática real siempre tiene mayor impacto, pero en este caso, la fortaleza del autor al relatarlo y las conclusiones que sacó como psiquiatra creo que le dan un valor especial a su persona y a su obra.
En ese libro y en su teoría psicológica, Viktor Frankl viene a destacar la importancia de darle un sentido a la vida como motor para la supervivencia. Más allá incluso, su importancia para una existencia satisfactoria y por tanto feliz.
Hace poco probé a explorar ese prodigio tecnológico llamado Chatgpt y tengo que reconocer que quedé asombrado con sus capacidades.
De alguna manera, la creación de la IA es el toque de humildad que el hombre necesitaba una vez que decidió derribar el altar de Dios. Es una demostración de que en el fondo somos seres descifrables, computables y predecibles. Nada de almas ni espíritus; nada de chispa de la creación. El problema es que esa lección de humildad para una gran mayoría, es muestra de soberbia de una pequeña minoría que parece despreciar que el ser humano necesita el arte como forma de canalizar las angustias y los anhelos que acechan su existencia. No puede quedar reducido a meros algoritmos y automatizaciones.
El problema es que esa lección de humildad para una gran mayoría, se puede estar convirtiendo en una demostración de soberbia de una pequeña minoría. Creo que es obligado que todos hagamos una reflexión sobre el sentido de este camino. O más bien sobre los sentidos de tantas y tantas vidas que estas aplicaciones podrán suprimir.
Porque esa es la cuestión, igual que un conquistador necesitaba que sus soldados desposeyeran de sentido sus vidas para así estar dispuestos a perderlas en pro de su mayor beneficio y gloria, estos nuevos dominadores quieren desposeernos de sentido ocupando cualquier campo de realización humana. Su proyecto se está gestando a costa de los de mucha otra gente, aunque este consista en tener una existencia humilde.
La inteligencia artificial abre un mundo de posibilidades, pero también de amenazas. Y creo que esta es una de ellas y es de las que no se debe subestimar. La ralentización y acotación del desarrollo de la inteligencia artificial no es una opción que deba ser decidida por la gente que está liderando su implantación. Exijamos una orientación conjunta de esta tecnología.